Conocí a Víctor a mediados del año 1959, aunque más bien debería decir que conocí primero su trabajo: la dirección de la obra de teatro “Un parecido a la felicidad”, de su compañero de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, Alejandro Sieveking.
Los “Festivales de alumnos” nos permitían encarar todas las fases de una producción teatral sin ayuda de los profesores. Yo cursaba primer año y Víctor estaba en el tercero de actuación, estudio necesario para poder seguir los dos años de dirección.
El estreno fue una revelación para todos los que asistimos. La obra, escenografía, actuación y especialmente la sutileza y profundidad de la dirección revelaban una nueva etapa en el teatro chileno. Tanto así, que poco después ocuparon la cartelera oficial del Teatro Experimental, recinto de nuestros profesores; y salieron en gira oficial por toda sudamérica. Nunca antes o después un montaje de alumnos alcanzaría tal repercución en estudiantes y profesores, público y crítica.
Le pedí trabajar como su ayudante en los montajes que debería hacer para completar sus estudios, y lo acompañé también en su primer trabajo profesional “Animas de día claro” del mismo Sieveking. En los ensayos se fue forjando una amistad curiosa, mitad confidencias y mitad silencios pudorosos de su parte. Al terminar la jornada, tarde en la noche, caminábamos por la Alameda veinte o más cuadras hasta donde yo vivía, discutiendo problemas del montaje y de nuestras vidas sentimentales. Escuchó con infinita paciencia mis torturados amores por una compañera y escuché de a poco, frase a frase cada día, su gran amor por nuestra profesora de expresión corporal, Joan Turner (antes que fuera Joan Jara).
En uno de esos ensayos una actriz debía cantar una tonada tradicional campesina y no daba con el tono ni la intención. Víctor tomó la guitarra y nos dejó boquiabiertos con su canto. Los comentarios de todo el equipo fueron unánimes: debería grabar un disco solo en lugar de formar parte de ese coro anónimo del conjunto “Cuncumén”. Modesto y pudoroso, no atinaba a creernos las alabanzas por su valor como solista. Creo que aquella tarde oí por primera vez “ Paloma quiero contarte” dedicada en silencio a Joan.
Solamente años más tarde supe que después de nuestras caminatas nocturnas, Victor volvía al teatro, donde el nochero lo dejaba dormir en alguna cama de escenografía. Tan pobre era y tanto su amor por la creación artística, que asumía sacrificios sin queja o comentario, simplemente no eran tema.
Luego, al preparar su primer disco, me pidió que hiciéramos las fotos de la portada. Yo recién iniciaba mi trabajo como fotógrafo y no sabía revelar ni ampliar, sólo contaba con una cámara de lente fijo. Salimos a caminar (otra vez) un domingo en la mañana por el barrio donde yo vivía entonces, bordeando el río Mapocho. Hoy miro con emoción esos negativos en que aparece Víctor visto por mis ojos y yo retratado por él en la misma tira de negativos.
Nuestros destinos fueron cruzándose y descruzándose hasta aquel septiembre de 1973. Salí de Chile un mes después del golpe, a casa de mi padre en París. A las pocas semanas la televisión francesa trasmitió un recital de Joan Baez y en el medio de tantas canciones que habían acompañado mi juventud, interpretó en castellano “Te recuerdo Amanda”. Surgió de mí, del fondo de no sé dónde, un sollozo y un rugido. Eran las lágrimas que había contenido por la muerte de tantos, por Víctor, Neruda, Allende, por la muerte de las esperanzas de una sociedad solidaria.
Crecimos con las palabras de la Constitución de 1925 “Nadie puede atribuirse poderes que no estén expresamente dados por esta constitución” Creímos en la independencia de la justicia y en Fuerzas Armadas que respetaban a sus compatriotas y que por ninguna razón dirigirían sus armas contra nosotros .
Todo quedó destruído y sepultado aquel 11 de septiembre de 1973. La cobardía de los jueces nos llevó a no confiar en los tribunales y llegar casi al límite de la barbarie, a un ojo por ojo para arreglar cada uno sus propios conflictos. Las fuerzas armadas seguirán siendo vistas con desconfianza por décadas, como si de fuerzas de ocupación se tratara, y la educación transformada en negocio próspero para vender títulos....El daño ha sido enorme y casi no reconozco el país donde crecí, el país que posibilitó el surgimiento de Neruda, Gabriela Mistral, Matta, Arrau, Violeta Parra y de Víctor.
Pasamos de una sociedad solidaria a una individualista y sin memoria . Hoy los responsables de tantos crímenes están en el parlamento, en las universidades y medios de comunicación. La impunidad ha sido casi completa y aún no se procesa y condena al asesino de Víctor, que hasta hace muy poco trabajaba en un organismo estatal.
¿Cambiará algo con la muerte del dictador? Esperemos que sí, que con él quedará enterrado también el matonaje de las armas frente a la sociedad civil.
La juventud intuye más que sabe que se le ha escamoteado la historia, que la Unidad Popular no es aquello que la derecha ha contado por años y que la izquierda ha callado. Por esto apelan de manera casi instintiva a las figuras de Víctor Jara y Neruda, a lo mejor de nosotros como pueblo.
Recuerdo la exposicíón fotográfica que presenté en 1997 en el Museo Nacional de Bellas Artes. Con el título de “Ropa Tendida” recorría imágenes de Chile desde mis inicios como fotógrafo en 1964. Las salas se llenaron frente a las más de trescientas cincuenta fotos que la juventud sentía el album de familia que se creía perdido, y que aparecía llevándoles la presencia de un país desconocido para ellos. La romería constante durante tres meses obligaba a veces a cerrar las salas por que no cabían más visitantes.
Los militares habían destruído todos los archivos gráficos, las películas, los libros y discos de esa época, creyendo así borrar nuestro pasado; pero así como los cádaveres de los detenidos desaparecidos aparecen cada cierto tiempo, así reaparecen también las imágenes y las canciones de Víctor Jara, ya no solamente nuestro patrimonio, sino aquel de todos quienes buscan la verdad de la poesía y el arte frente a la barbarie.
No puedo escribir objetivamente, la emoción me gana, pero quizá sea mejor y dejésmolo así.